Es una creencia que data del siglo XII y XIX. Momento en el que hombres y mujeres comenzaban a ser juzgados según está prueba que se basaba en la creencia de que los cadáveres sangraban en presencia de su asesino.
El inicio concreto de la fe en la cruentación no es exacto, pero en el poema alemán de el Cantar de los nibelungos, con fecha del siglo VI aparece la primera mención a este dogma. En la época la cruentación era considerado como un milagro ya que, cuando una persona era asesinada y su homicida se acercaba al lugar donde estaba el cuerpo sin vida, comenzaba a sangrar. De esta manera se conocía el culpable de dicho crimen.
Actualmente es impensable creer en el hecho de que un cadáver puede llegar a sangrar en un momento concreto ya que, está demostrado, que la sangre se coagula después de la muerte.
Este tipo de juicios no se llevaban a cabo en poblaciones o ciudades pequeñas. Uno de los defensores y creyentes de la cruentación fue el rey de Inglaterra Jacobo I. El monarca estaba obsesionado con lo oculto y en uno de sus escritos sobre el tema se recoge la siguiente cita: “si en un asesinato oculto, el cadáver de la persona fallecida sangra, está clamando al cielo venganza contra su asesino”.