Cuando decidimos dar un entierro a nuestro ser querido, existen múltiples opciones y métodos para llevar a cabo su sepultura. Sin embargo, existen dos métodos principalmente característicos, que son los más usados a día de hoy: la cremación y el entierro. Enterrar un cuerpo o convertirlo en cenizas. Desde Collyfer, como especialistas en el tema, queremos abordar cuál es el impacto medioambiental de cada una de estas formas de entierro.
En primer lugar, a través de la cremación se produce una quema del cuerpo para convertirlo en cenizas, teniendo que retirar elementos como el cobalto, el plomo o el cromo, entre otros, dado que no podrán ser reducidos. El cuerpo al ser incinerado a temperaturas que llegan a 870 o 980 grados Celsius de temperatura en un proceso de entre una y cinco horas consume unos 92 metros cúbico de gas, lo que supone como 800 km de viaje en coche y emite gases de combustión tales como monóxido de carbono o dióxido de azufre, aunque en una muy pequeña cantidad.
En el caso del entierro, se producen efectos mucho más nocivos para el medio ambiente, siendo el periodo de descomposición del cadáver de cerca de 15 años, teniendo en cuenta que, para el embalsamamiento, así como para el barnizado del ataúd se usan productos altamente contaminantes, que afectan al agua y al entorno. Siendo, además muy negativo por la tala de árboles que supone la creación de ataúdes.