En la muerte los ciudadanos de la Antigua Roma recibían un trato desigual como a lo largo de la vida. A los esclavos los enterraban en fosas comunes o, cuando los crucificaban, los dejaban para alimento de las aves carroñeras. Esto era frecuente en Roma por el alto porcentaje que había de esclavos. Para el resto de la gente había dos tipos de trato: la incineración o la inhumación.
Como es obvio, los pobres tenían una ceremonia y un sepulcro más elemental que los ricos. Los incinerados se colocaban en los columbaria (auténticos palomares en los que cada cuadrícula recibía una urna cineraria). Los inhumados iban a las catacumbas, que eran corredores subterráneos que en las paredes tenían excavados los nichos; en Roma hay unos 40 km de corredor de este tipo excavados en piedra volcánica. Alguna vez estas catacumbas fueron refugio de cristianos perseguidos.
El pueblo romano también tenia hogueras públicas que se llamaban ustrinae y sepulcros comunes. Éstos se llamaban putticuli y eran unos hoyos profundos a modo de pozos donde eran echados los cadáveres de la gente del pueblo. Según describió Horacio.
Los ciudadanos ricos, nobles y los políticos ilustres tenían funerales solemnes con elogios fúnebres que detonaban una gran riqueza, que después la familia conservaba escritos donde el busto del difunto como prueba de aristocracia.
También se desarrolló la industria del sarcófago tallado, en ocasiones con un lujo extraordinario.