Aunque en un principio pueda sonarte un tanto extraño, tener a buen recaudo las cenizas de un ser querido es una tradición milenaria y es que si lo piensas bien, es lógico querer llevar siempre cerca a un ser querido.
Este es el motivo de que existan tanto los relicarios como los colgantes, los cuales nos permiten guardar de forma discreta y nos permiten tener siempre cerca de nuestro corazón las cenizas de la persona difunta. Pero, ¿hasta donde debeos remontarnos para conocer su origen?
En un principio, para situarnos debemos remontarnos al Antiguo Egipto y sus vasos canopos, en los cuales se guardaban las vísceras del difunto. Estaban compuestos por madera, cerámica o calcita entre otros materiales.
Originariamente se cerraban mediante una losa plana, pero acabó evolucionando hasta acabar convirtiéndose en una cabeza de difunto que más tarde acabó por conocerse como “los llamados hijos de horus”, los cuales tenían el papel de proteger, cada uno de ellos, una parte del cuerpo del difunto; higado, pulmones, intestino…
Es en esta etapa histórica cuando se tenía la fehaciente creencia de que si no se conservaba bien el cuerpo del difunto, se le imposibilitaba revivir en otra vida, por ello el vaso canopo debía de seguir una serie de indicaciones como estar orientado hacia uno de los puntos cardinales.